El Universal

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sábado, febrero 12, 2005

El más malo del barrio

Por James Neilson

Convengamos en que la imagen nacional es un asunto de cierta importancia. Por lo menos, así piensan todos aquellos gobiernos que gastan grandes cantidades de dinero en publicidad destinada a seducir a los inversores de otras latitudes hablándoles del buen trato que les espera si optan por arriesgarse comprando sus bonos o, mejor aún, construyendo fábricas. Su voluntad de impresionar a quienes tienen plata para invertir puede entenderse. De resultas de la globalización de casi todo, se ha desatado una competencia feroz entre los distintos países por atraer a los capitales, sin excluir a los "especulativos", que está impulsando reformas que aquí serían denostadas por neoliberales en Italia, Alemania y Francia, naciones relativamente ricas donde el temor a verse irremediablemente rezagadas en la gran carrera mundial ha creado un clima cargado de angustia. Si no nos apuramos caeremos en la miseria, advierten gobiernos tanto socialistas como conservadores antes de hacer frente a más manifestaciones callejeras organizadas por los partidarios del statu quo. En este sentido como en tantos otros la Argentina dista de ser un "país normal". ¿Los inversores? Son saqueadores, ladrones, que vayan con su dinero a otra parte, parece ser el mensaje que está resuelto a difundir el Gobierno. Asimismo, desde su primer día en la Casa Rosada, Néstor Kirchner ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a convencer al mundo de que nada lo obligará a honrar los compromisos que fueron asumidos por sus antecesores, lo que es una buena manera de informarle de que en el caso de que se salga con la suya los presidentes que lo sucedan tendrían buenos motivos para imitar su ejemplo. Kirchner, respaldado por Roberto Lavagna, quiere que los mercados entiendan de una vez que no hay deudor moroso alguno en la faz de la Tierra que sea más duro que el Estado argentino, de suerte que procurar cobrarle sería una pérdida de tiempo. Conforme a los principios particulares de la facción peronista progre reinante, dulcificar la oferta a los acreedores para que les fuera un poquito más potable sería inmoral, reaccionario, un crimen de leso pueblo, razón por la que la mera idea de que podría pensar en dicha alternativa le causa indignación.Esta actitud decididamente excéntrica es la consecuencia lógica del default agresivo que, como nos recordó con un dejo de fastidio la semana pasada el canciller Rafael Bielsa, fue festejado por la dirigencia nacional "como si fuese la scola do samba ‘Os asambleístas’ en Río de Janeiro". Para que el canje confeccionado por Lavagna tenga éxito, es necesario que los acreedores sepan que la Argentina es un país incorregible, como diría otro escritor, Borges, que nunca respetará ninguna regla ajena, de ahí aquella ley surrealista que fue aprobada en tiempo récord por senadores y diputados que le prohíbe al Gobierno negociar con ellos. Se trataba de otra locura que nos dice mucho acerca de la mentalidad de los autores pero, como sabrán los legisladores, el eventual triunfo del gobierno kirchnerista en este tira y afloja con los bonistas argentinos, italianos, alemanes, japoneses, norteamericanos, suizos, etcétera, depende de su capacidad para difundir una imagen nacional que de acuerdo con todas las pautas "normales" es muy pero muy antipática. Que se hayan visto convocados para colaborar en esta empresa perversa les encantó.
Si bien a esta altura es imposible prever el resultado del partido que está celebrándose en los mercados, parece bastante probable que el gobierno logre ganarlo. Aunque el consenso internacional es que la oferta es la más mezquina de la historia y por lo tanto merece ser rechazada, muchos acreedores están llegando a la conclusión de que por contar Kirchner y Lavagna con el apoyo del grueso de sus congéneres de la clase política local les sería inútil seguir soñando con reencontrarse con su dinero. Hasta una proporción creciente de los jubilados italianos estafados cree que le sería mejor querellar a los bancos que les vendieron aquellos bonos basura de lo que les sería continuar tratando de conmover a los representantes pétreos de la clase política argentina. Ahora bien, el que el gobierno de turno se anote un triunfo de este tipo no quiere decir que la Argentina en su conjunto resultará beneficiada. A la luz de la experiencia reciente del país, es un disparate suponer que si a un presidente le va bien, eso necesariamente redunde en beneficios para la gente. Puesto que el golazo oficial que algunos vaticinan se habría visto posibilitado por una campaña propagandística que en otras circunstancias hubiera sido denunciada por rabiosamente antiargentina, sorprendería que andando el tiempo los costos para el país no alcanzaran dimensiones monstruosas.Es al menos concebible que el estilo pendenciero con el que Kirchner está procurando diluir el contenido del cáliz ponzoñoso que le fue entregado por el cacique puntano Adolfo Rodríguez Saá, el bonaerense Eduardo Duhalde y los asambleístas alegres del carnaval legislativo de tres años atrás ya haya privado a la Argentina de cualquier posibilidad de llegar un día a ser un país desarrollado en el que la mayoría pueda disfrutar de cierta comodidad. De ser así, no sólo la clase política sino también la gente que aprueba el manejo kirchnerista del tema de la deuda están protagonizando uno de los actos finales de una tragedia que podría llamarse "El suicidio de una nación". Como los héroes de los grandes dramas griegos, sólo se darán cuenta de lo que los dioses les tienen reservado cuando ya se haya hecho demasiado tarde. El Gobierno no cree que sea para tanto. Según parece Kirchner, asesorado por literatos de ideas acaso luminosas pero muy poco apropiadas para el aburrido mundo capitalista en el que nos ha tocado vivir, se las ha ingeniado para persuadirse de que el default pertenece a un país que por fortuna ya murió, uno "neoliberal", no al actual que es muy distinto. Así las cosas, pedirle saldar las deudas que fueron acumuladas por la vieja Argentina menemista o delarruista sería tan injusto como exigirle encargarse de las de Bolivia o Nepal. Tan convencido estará Kirchner de que cuando de la economía se trata el pasado –si es que existió, porque según Lavagna fue "una ficción"– no es de su incumbencia, que brinda la impresión de suponer que, en cuanto sea rematado el canje, el resto del mundo reconocerá lo que a su juicio es una verdad patente para reabrirle todas las puertas. ¿Lo hará? Es poco probable, pero Kirchner tiene que asegurarse de que la herida dejada por el default se curará enseguida porque de lo contrario entendería que los costos a largo plazo de su conducta para el país serán tan pesados que sería absurdo enorgullecerse de las ventajas políticas que le reportaría un canje "exitoso". Después de todo, sería inconcebible que un mandatario fuera capaz de subordinar adrede el futuro de millones de compatriotas a su propia hambre de popularidad.La voluntad oficial de apostar a la amnesia de los grandes inversores podría resultar convincente en un país en el que es tradicional que luego de una ruptura constitucional el flamante gobierno se proclame el fundador de una nueva república desvinculada de la de antes o, si es menos ambicioso, de un nuevo ciclo histórico, pero fronteras afuera sólo ocasiona extrañeza. Mal que bien, no es tan fácil abolir el pasado y nadie toma en serio la noción de que entre un peronista, Kirchner, y otro, Carlos Menem, se extienda un abismo tan profundo que para cruzarlo la Argentina tuviera que experimentar una especie de revolución. A quienes se preocupan más por el porvenir del país que por el de un gobierno determinado no les convendría tomar demasiado en serio las palabras balsámicas que de vez en cuando pronuncian dirigentes extranjeros como Jacques Chirac, José Luis Rodríguez Zapatero y Dick Cheney o funcionarios cosmopolitas como Anoop Singh acerca de la recuperación milagrosa de la economía nacional. Afirmarse optimista es su oficio porque no quieren que surjan más problemas. Lo que cuenta en última instancia son "los mercados", y a menos que la Argentina cambie de modo muy drástico, tendrían que transcurrir décadas antes de que comenzaran a confiar en las promesas de sus gobernantes. En la actualidad, muchos operadores los comparan, por eso de la "dureza" de Kirchner y las tácticas sinuosas de Lavagna, con capos mafiosos de la tele estadounidense como Tony Soprano. Mientras tanto, las inversiones significantes, sin excluir las de origen argentino, que no vayan directamente al Primer Mundo irán a China, la India y, en menor medida, Brasil y Chile, países que tal y como están las cosas avanzarán con rapidez en los años próximos dejando que los líderes de una Argentina depauperada sigan quejándose por lo injusto que es un mundo que por pura malicia se niega a entender sus razones.
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