El Universal

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martes, enero 25, 2005

La fantástica historia de la lectura

Por Miguel Wiñazki.

Como recuerda Alberto Manguel en su fantástica historia de la lectura, fue San Agustín (354-430 D.C.) el primero en practicar la lectura silente. Antes la lectura era un ejercicio sonoro y plural que los monjes realizaban diariamente y disciplinadamente en los monasterios. ¿Qué tiene que ver esto con los hábitos de lectura de los jóvenes aquí y ahora? Mucho, si se aborda el tema en relación a las capacidades intelectuales a las que obliga la lectura. Antes de San Agustín, en los monasterios un sacerdote letrado leía en voz alta la Biblia y dictaba a la vez la glosa. Lo hacía ante un auditorio de discípulos que copiaban literalmente la glosa. Esto es: la interpretación literal, vertical que el sacerdote transmitía de los Evangelios. La lectura silente era la posibilidad de eludir la interpretación vertical. De leer en silencio y de interpretar en silencio lo que cada uno quería interpretar. La lectura silente fue un hito en la historia de la libertad. En lugar de obedecer la imposición emanada en la “dictatio”, el silencio permitió la introspección, la interpretación interior. Hoy, el sonido es esencial e inherente a ciertas formas de socialización juvenil. Y el silencio, escaso. La escasez de silencio, atenta contra el esfuerzo intelectual que demanda la lectura. El sonido y su furia no son propicios a la concentración que requiere leer. Los espacios de diversión juvenil son, en su mayoría, ampliamente sonoros. Por el ejemplo, el “counter strike”. Se trata de un juego que se practica en los ciber. Lo juegan los adolescentes. Las computadoras, cada una separada por dos paredes, muestran escenas violentas. Luchan terroristas contra policías. La luz es siempre muy baja, débil. Y el sonido muy alto. Cada jugador tiene un micrófono y auriculares. Aprietan frenéticamente los botones y, esencialmente, los jugadores gritan e indican a sus compañeros como hacer para matar mas terroristas o para eludirlos. El “counter strike”, naturalmente tiene efectos psicoperceptivos profundos. Los adolescentes se acostumbran a comunicarse a través de la palabra, de la admonición repentina, monosilábica “cuidado”, “retrocedé”… El juego, que es un grupal juego de guerra urbana, pone en funcionamiento el cuerpo entero del jugador, que de esta manera se mueve como aquellos mutilados que sienten el pie o el brazo que les falta. Esquivan corporalmente proyectiles virtuales, golpean botones como si de verdad los hicieran estallar, vibran al compás del counter, que es además, adictivo. Demanda horas jugando. ¿Cómo hacer para que jóvenes educados por el counter lean el diario? ¿Cómo atraerlos a la lectura silente, personal, libre que el lector de diarios practica cada día? ¿Cómo hacer para que generaciones aún más jóvenes educada en el Play Station se acerquen al diario? El Play Station, fabricado por Sony, es el medio de comunicación más poderoso del mundo. Lo juegan los chicos de entre 4 hasta los 18 años, más o menos. Durante horas y horas y desde la infancia más precoz, los sujetos se acostumbran a pulsar botones de un control para superar obstáculos que aparecen de manera virtual en las pantallas de televisión. El “medio” es el “Play Station”, cuál es el mensaje: no el de la lectura. Es un mensaje “dactilográfico”, podría afirmarse. Se juega con los dedos y los reflejos. ¿Cómo atraer a generaciones formadas en el Play Station a la lectura de información sobre el mundo real y no sobre el virtual? La industria cultural juvenil es sonora y virtual. La industria periodística tradicional es material. Se inscribe, y se despliega en papel. La lejanía de los jóvenes respecto de los diarios es universal y no local. Es una generación digital. Chatean, viven inmersos en la música, y en el mundo de las imágenes televisivas que emanan estéticas hipertextuales. Estéticas no tradicionales en las que el relato no sigue un orden lógico sino que opera por yuxtaposición de escenas, enfatizadas por sonidos, donde prevalece el impacto sensorial antes que el tiempo intelectual. Proliferan los blogs, los sitios personales en la Web, en los que como botellas al mar virtuales se lanzan mensajes de toda naturaleza. La concepción comunicacional de los jóvenes es inmaterial, hipertextual y tribal. Constituyen tribus, tribus urbanas articuladas vía chat, unidas por vibraciones comunes en el campo de la música, portadores de ropajes no disciplinarios ni uniformes. Prefieren el off, por ejemplo, el teatro Off a los mundos oficiales. No están generacionalmente enfrentados con sus padres, sino escindidos de ellos. La fragmentación es su mundo. La Web, su canal comunicacional. La radio su compañía no intrusiva, la escuchan sin sentirse obligados a concentrarse en ella. Internet no es sólo un privilegio de las clases acomodadas. En la Argentina, el 37 por ciento de los usuarios se conecta en “cibers” y con una inversión de un peso o de uno cincuenta navega o juega durante más de una hora. ¿Qué quieren en términos comunicacionales? Les interesa la tecnología y la información sobre tecnología. Son tolerantes. No juzgan a los diferentes. Están mejor preparados para la globalización que cualquier otra generación pasada. Para ellos, el mundo es siempre cercano. Y no ancho y ajeno, como era para sus predecesores.
Clarín