El Universal

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sábado, enero 15, 2005

A través del espejo

Por James Neilson

Después de tantas demoras, por fin el gran partido ha comenzado. ¿Goleará el equipo albiceleste dirigido por Roberto Lavagna al resto del mundo cuyo jugador mejor conocido es un italiano llamado Nicola Stock? Es lo que esperan los muchos que aquí suponen que cuántos más bonistas se resignen a aceptar la oferta del gobierno, mejor será para el país, razón por la que han optado por interpretar en términos deportivos el canje de una parte de la deuda que arrancó a mediados de la semana pasada. Como ocurre en el fútbol, incluso quienes creen que el DT es un desastre quieren que la selección nacional se anote un triunfo histórico, lo que sucedería, dicen, si un 75 por ciento -¿o será el 65 por ciento, o tal vez el 80 por ciento?– de los acreedores se da por vencido.La convicción de que es del interés del país que el resto del planeta aceptara, aunque fuera a regañadientes, el planteo con relación a la deuda del gobierno del presidente Néstor Kirchner está compartida por tantos que a esta altura casi todos la toman por una verdad nacional indiscutible. Así las cosas, convendría tratarla con cierto escepticismo. El camino descendente por el que la Argentina llegó a su situación nada envidiable actual se ha visto jalonado por una serie de verdades nacionales igualmente indiscutibles que resultaron ser meras ilusiones colectivas. Puede que sólo sea una más el consenso local en torno a lo bueno que sería que los bonistas decentes tiraran la toalla, dejando a los buitres pelear en los tribunales por un puñado de dólares. En diciembre de 2001, el país entró en default de la peor manera concebible cuando el en aquel momento presidente, el puntano extravagante Adolfo Rodríguez Saá, hizo saltar de júbilo patriótico a los legisladores al declarar la cesación de pagos. Ahora, a más de tres años de distancia de aquel episodio esperpéntico, otro gobierno peronista se ha propuesto salir del default de manera bastante similar al hacer gala tanto Kirchner como Lavagna de su desprecio ilimitado por los acreedores, atacándolos con virulencia ya por su codicia, ya por su estupidez por haberse dejado engañar por los representantes de otra línea interna peronista. Si bien la mezcla sui géneris de prepotencia y autocompasión que es la marca de fábrica de la pareja les ha granjeado la aprobación de la mayoría de los consultados por quienes ganan el pan confeccionando encuestas de opinión, esto no quiere decir que su estrategia haya sido beneficiosa para el país. Es factible que por una vez haya acertado "la gente" festejando el machismo de los jefes, pero la verdad es que no es muy probable.Aun cuando la combativa actitud oficial haya servido para persuadir a los bonistas de otras latitudes que les sería inútil pedir más a un gobierno resuelto a birlarles sus ahorros poniendo el toque final a lo que el mismísimo presidente Kirchner ha calificado de una "estafa", los costos de tamaña proeza serán incalculables y generaciones de argentinos, si es que el país tal y como lo conocemos consiga perpetuarse, se verán constreñidos a pagarlos. Que éste sea el caso no preocupará demasiado a Kirchner que está pensando en las próximas elecciones y de cualquier modo recordará que su admirado Lord Keynes también privilegiaba el corto plazo, notando que "en el largo plazo todos estaremos muertos", pero se trata de un detalle que otros deberían tomar en cuenta. Aunque en adelante nuestros políticos se comporten como suecos o singapurenses, tendrán que transcurrir varias décadas antes de que la Argentina finalmente se libre de la reputación de ser un país relativamente rico cuyas desgracias se deben exclusivamente a que sea regenteado por individuos de verbo ampuloso que se especializan en apropiarse del dinero ajeno. Mientras tanto, cuando sea cuestión de transacciones financieras el Estado, los empresarios y por lo tanto todos los demás tendrán que abonar un plus, lo que será lógico porque nadie en sus cabales pensaría en arriesgarse poniendo su plata al alcance de quienes podría embolsarla diciendo que es su intención repartirla entre los pobres. Y como si esto ya no fuera más que suficiente, a cambio de algunos puntos de popularidad Kirchner y Lavagna se las han arreglado para convertir en lobbistas antiargentinos a millones de italianos, alemanes, japoneses y otros que por distintos motivos habían cometido el error increíble de confiar en el país. Arruinados y para colmo insultados, ni los bonistas defraudados ni sus dependientes olvidarán pronto lo ocurrido.
Tampoco están conformes con la oferta los muchos bonistas -el 40 por ciento del total- que son tan argentinos como Kirchner y Lavagna. Si bien por razones políticas el gobierno se ha esforzado por presentar el default como un capítulo más de la lucha épica del país contra un mundo perverso decidido a saquearlo, la verdad es que tiene mucho que ver con la transferencia de sumas colosales de dinero desde un sector determinado de la comunidad nacional hasta otro mediante el default, la devaluación y la pesificación asimétrica, todos instrumentados con desprolijidad en medio de un clima ya sumamente confuso, lo que favoreció a los expertos en aprovechar las desgracias ajenas. Ahora bien: ¿Qué futuro le aguarda a un país en el que se castigue sistemáticamente a los ahorristas en beneficio de los endeudados? Es una pregunta que pocos se sienten tentados a plantear, pero no sorprendería que andando el tiempo aquellos historiadores –podrían ser chinos– que se interesen por las vicisitudes de un país ya difunto llamado la Argentina manifiesten su asombro ante el hecho de que a fines de 2001 e inicios de 2002 una nueva cohorte de gobernantes pudiera llevar a cabo la auténtica hazaña de depauperar a millones de compatriotas sin verse obligados a pagar ningún costo político. En efecto, lejos de protestar contra el despojo, sus víctimas reaccionaron agradeciéndole por haberles perdonado la vida. Como es natural, los responsables de aquel operativo político magistral han vuelto a sus andadas: poco antes de iniciarse el canje, los diputados bonaerenses votaron unánimemente por aumentar el 29 por ciento un presupuesto legislativo que ya era abultado conforme a los criterios vigentes en países tan ricos como Alemania y Estados Unidos. Felizmente para Kirchner, Lavagna y otros integrantes del elenco gobernante, desde hace tres años el mundo, además de disfrutar de una etapa de expansión económica vigorosa con tasas de interés reducidísimas, ha tenido otras prioridades que la supuesta por el mayor default soberano de la historia de nuestra especie. Con todo, el que el drama argentino se haya visto eclipsado por otros acontecimientos haya ayudado a una clase política que figura entre las más corruptas y más ineptas de la Tierra no es necesariamente bueno para el país. Si de resultas de un par de años de rebote coronado por un canje juzgado exitoso la ciudadanía se convence de que por fin los populistas locales hayan dado con el secreto del desarrollo económico sustentable, la Argentina no sólo quedará aislada durante muchos años más de las grandes corrientes internacionales sino que se consolidará el "modelo" posmenemista cuyo rasgo más llamativo consiste en la extrema pobreza de la mitad de la población que, como centenares de miles de bonistas, parece haberse resignado a su destino.Muchos creen que por temperamento Kirchner es un hombre severo, un amigo nato del rigor fiscal que nunca gastaría un centavo de más, que con toda seguridad se resistiría a caer en la tentación de suponer que en el caso de que el grueso de los bonistas acepte la oferta lavagnista, permitiendo así que el país se zafe del default, esto significaría que pensándolo bien fue una idea tan genial la de rehusar honrar las obligaciones que en cuanto pueda debería reeditar la maniobra. Es de esperar que estén en lo cierto quienes opinan así, pero no hay motivos para suponer que gracias al default todos los demás miembros de la clase política nacional hayan aprendido que por lo común es mejor gastar menos de lo que es endeudarse hasta las cejas sin pensar en cómo devolver el dinero prestado.Después de oír durante años las advertencias de "agoreros" que decían que la cesación de pagos sería una catástrofe de dimensiones apocalípticas, muchos políticos pueden sentir que en realidad la experiencia no resultó ser tan terrible como habían previsto. Si bien millones de argentinos se hundieron para siempre en la pobreza y el país cayó en todos los ranking internacionales, tales desastres no perjudicaron en absoluto a la mayoría abrumadora de los "dirigentes" que, con astucia, lograron atribuir el desastre a la secta satánica de los neoliberales, razón por la que muy pocos se sentirán obligados a modificar su conducta.
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Ministro de Eonomía Roberto Lavagna -Ilustración:Pablo Temes-