El Universal

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viernes, diciembre 31, 2004

La calesita criolla

Por JAMES NEILSON
En estos días festivos Roberto Lavagna tiene por qué sentirse contento. La economía avanza viento en popa, aproximándose al nivel alcanzado durante la década infame más reciente. Los comerciantes están vendiendo más, mucho más, el superávit se ha agigantado tanto que no sabe qué hacer con él y también lo han hecho las reservas. Dicen que los acreedores pronto tirarán la toalla: felizmente para el gobierno, el poder de aguante de los jubilados italianos, alemanes y japoneses es ínfimo al lado de aquel de los argentinos pobres. En el exterior, el New York Times, nada menos, acaba de manifestar su asombro por la tasa de crecimiento argentino atribuyéndolo, por lo menos en parte al presunto desprecio de Lavagna por la ortodoxia económica y política. Y como si esto fuera poco, luego de elogiar el trabajo del ministro, el mismo diario, el vocero principal de la progresía yanqui, trató a su jefe, Néstor Kirchner, como un palurdo provinciano maleducado. En el caso de que optara por salir del gobierno, Lavagna lo haría con su reputación intacta.
Lavagna superestrella? Puede ser, pero acaso a los demás les convendría pensar en el destino de las obras de sus antecesores en el papel, hombres como José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo que también disfrutaron de las mieles del éxito durante varios años para entonces ver caer en pedazos el edificio de fachada imponente que habían construido sobre cimientos supuestamente robustos. Cuando de los proyectos económicos, los modelos, se trata, la Argentina es el país de los comienzos rutilantes que se ven seguidos por una etapa de estancamiento que desemboca en un colapso realmente espectacular que a su vez asegura un buen arranque a quien se las arregla para tomar el control.
Lo mismo que Cavallo, Lavagna inició su tarea cuando la Argentina parecía estar por ahogarse definitivamente en un mar de caos, motivo por el que le bastó con introducir un poco de orden para que el país se pusiera a funcionar mejor. Pudo estabilizar la moneda tan bien que los hay que hablan de la convertibilidad bis, pero mientras que cuando rigió la original muchos creían excesivamente fuerte el peso, el propósito de Lavagna es mantenerlo artificialmente débil. Además, como sucedió a Cavallo pero en grado decididamente mayor, a Lavagna le ha tocado manejar la economía en una etapa en la que el mero hecho de que algo fuera ensayado diez años antes es suficiente como para descalificarlo a ojos de la gente que a través de las encuestas opina diariamente acerca de las complejidades contra las que ha de bregar, lo que haría todavía más difícil un eventual intento de modificar el rumbo con el propósito de prepararse para hacer frente a circunstancias nuevas antes de que éstas se materialicen.
De todos modos, es más que probable que, tal y como hasta ahora siempre ha acaecido, los logros innegables de la primera fase de la gestión de Lavagna se vuelvan en contra de él o de su sucesor. Ocurrirá porque las elites dominantes, encabezadas por los políticos y los sindicalistas, están resueltas a convencerse de que todo seguirá siendo tan fácil ya que por fin el país ha dado con la fórmula ganadora. Aun cuando en su fuero interior muchos no creyeran que la Argentina haya descubierto la clave del éxito económico y que por lo tanto puede dedicarse a disfrutarlo, los consustanciados con el corporativismo tradicional son expertos consumados en el arte de aprovechar tanto los buenos momentos como los malos para negarse a permitir nada que les ocasionara algunas molestias. Cuando, como en la actualidad, impera el optimismo, insisten en que no es necesario cambiar nada significante; cuando el pesimismo cubre el país como una espesa capa de niebla gris, dicen que por ser tan grave la situación sólo a un loco irresponsable se le ocurriría pensar en impulsar reformas estructurales drásticas.
Aún no hemos llegado al meridiano de la primera década del siglo XXI, pero hasta ahora cuanto menos lo que se ve se parece mucho a un negativo fotográfico de la década final del XX. Lo que antes lucía blanco es negro y lo negro es blanco aunque, tales detalles aparte, la foto es la misma. Puede que el proteccionismo ya no sea malo sino bueno, que una apertura no sirviera para hacer más competitivas a las empresas locales sino para matarlas bien muertas y que un dólar barato fuera suicida, de suerte que ha que ser recontraalto, pero, distraída por los números económicos espléndidos y por la renovada efervescencia consumista, al igual que diez años atrás la clase política no manifiesta interés alguno en procurar atenuar problemas tan básicos como los supuestos por el pavoroso déficit educativo, la anarquía judicial y la ineficiencia de un Estado avasallado por un enjambre de facciones partidarias. Puesto que la economía parece estar en manos confiables, sus miembros pueden concentrarse en lo único que les apasiona, sus internas. El personaje más afectado por el cambio de moda ideológica que se produjo tres años atrás no es Cavallo, que si bien por las dudas se ha autoexiliado cuenta con la amistad de los Kirchner, sino el ex presidente Carlos Menem, aquella máquina de cosechar adhesiones del pasado reciente que, para su perplejidad, se ha visto convertido en un piantavotos apenas presentable no porque debido a su decisión de anteponer sus propios intereses electorales a aquellos del país abandonó su proyecto a medio hacer sino por habérsele ocurrido emprenderlo cuando en toda América latina brotaban neoliberales deseosos de hacer en sus propios países lo que un gobierno socialista había hecho en España. Menem espera que un día muy pronto la Argentina se invierta nuevamente, devolviendo las cosas a lo que cree es su lugar natural, el que ocupaban cuando estaba en el poder, pero aunque esto ocurriera el tiempo le jugaría en contra. A diferencia de Juan Domingo Perón en su vejez, no le será dado reconvertirse en el gran patriarca de la tribu, acaso porque le falta por completo lo que los romanos llamaban gravitas, una cualidad que en opinión de la mayoría de sus compatriotas pero de nadie más Perón llegó a poseer en abundancia
La calesita criolla continuará girando, pero lo hará a su propia velocidad, de manera que tendrán que transcurrir algunos años más antes de que haya regresado a donde estuvo a principios de los noventa. La ilusión del progreso mantendrá conformes por un rato a los pasajeros comunes mientras que a los políticos, que a esta altura saben muy bien que les sería arriesgado comprometerse irremediablemente con cualquier modelo, no les importa del todo si en un momento determinado viajan desde la derecha hacia la izquierda o al revés: por ahora, los más respaldan a Kirchner con la misma disciplina mezclada con cierta displicencia con la que antes colaboraban con Menem. Tampoco se sentirán demasiado preocupados si, como parece más que probable, se consolida la tercermundización del país, lo que sucederá a menos que el producto per cápita supere por mucho el alcanzado en 1996 o en los ya míticos años setenta. Como señaló hace una semana Felipe A. M. de la Balze en Clarín, el statu quo que ha paralizado a nuestra sociedad durante varias décadas es funcional a una dirigencia que es colectivamente inoperante, que desea a toda costa conservar sus privilegios y que ha aprendido que la pobreza astutamente administrada ... constituye una fuente inagotable de poder.
De la Balze se pregunta si en el 2005 el gobierno de Kirchner podrá romper con este círculo perverso de fiesta y crisis que caracterizó a la Argentina contemporánea. La verdad es que aun cuando quisiera, no existen motivos para creerlo capaz de hacerlo. No podría porque su poder se basa en que si bien todos dicen estar a favor de grandes cambios que, sumados, significarían una ruptura con un pasado atiborrado de frustraciones, ningún integrante de la clase dirigente cree que él personalmente debería ceder un ápice de lo que todavía tiene. Tal actitud puede entenderse. Una sociedad abrumada por la conciencia de haber protagonizado un fracaso colectivo será mucho más conservadora que una que se supone muy exitosa porque en ella abundarán los resueltos a defender su propia trayectoria achacando a otros la responsabilidad por los desastres. Demás está decir que quien lo ha hecho con más vehemencia ha sido Kirchner, un auténtico maestro de este género demagógico típicamente tercermundista. Sus esfuerzos vigorosos por exportar las causas de la gran crisis argentina, librando así de culpa a la clase política local, le han merecido la gratitud no sólo de sus compañeros peronistas y muchos otros dirigentes de ideas afines sino también de sectores muy amplios de la población, razón por la que sería inútil pedirle que optara por repatriar los problemas nacionales con la intención de procurar resolverlos.
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1 Comments:

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