El Universal

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domingo, diciembre 19, 2004

Catolicismo 1, libertad de expresión 0

Marcelo A. Moreno.

La dilatada polémica por la muestra del artista León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta ha terminado, dentro de todo, bien. Es decir, por la vía de la ley. Una jueza entendió que las obras de arte allí expuestas lesionaban "los sentimientos religiosos de la enorme mayoría de los habitantes de esta ciudad". Por eso ordenó su "supensión preventiva", haciendo lugar a un recurso de amparo de la Asociación Cristo Sacerdote.Precisamente el sacerdote Xavier Rykeboer, apoderado de esa asociación, puntualizó que "nosotros no cuestionamos la obra de Ferrari sino que el Estado la acoja". El secretario de Cultura porteño, Gustavo López, aseguró que el Gobierno tenía que "promover la cultura, dar espacio y garantizar la libertad de expresión, sin ejercer censura previa". Por eso, mañana apelará.Pero desde que se abrió la muestra, lo que exigió la Iglesia era que el Gobierno de la Ciudad cerrara la exposición. Es decir, que ejerciera la censura de Estado. Se trata de una extensa tradición católica. Ya en el régimen de facto de Farrell, por los años 40, logró que se le cambiaran las letras a los tangos porque consideraba irreverente el lunfardo. Y en épocas de la autocracia de Onganía, logró que se prohibiera la ópera Bomarzo y el Instituto Di Tella, mientras manos piadosas manejaban las tijeras con que se cercenaban las películas de Bergman. Más tarde, durante la dictadura militar, monseñor Bonamín, vicario castrense, bendecía las piras que encendía el general Menéndez. Allí, en el mismo fuego, los textos de Marx se quemaban con los de Luis Gusmán y con tratados de matemática moderna.Ahora nada de esto ocurrió. El Estado defendió la libertad de expresión artística y sólo la intervención de la jueza Elena Liberatori (paradojas de un caso y un apellido) determinó el cierre. No las presiones, no las amenazas, no el vandalismo contra las obras. Todo dentro de la ley. Como se debe.Sólo que cada vez que se silencia una obra de arte se cierra, a veces imperceptiblemente, una puerta del alma.

Clarín.