De la falta de cuidado a la tragedia
El incendio del Once obliga a pensar con seriedad la relación de la sociedad con las normas, y a establecer mejoras institucionales destinadas a cuidar a las personas y a realizar el ideal de justicia.
Roberto Gargarella. Constitucionalista. UBA y Universidad Di Tella.
Desgracias como las que acabamos de vivir nos llevan a hablar, lamentablemente tal vez, de demasiados temas, todos ellos de gran importancia. Una de las cuestiones que desde entonces, y con razón, pasó a ser objeto de debate tiene que ver con nuestra relación —como sociedad— con el derecho. Y es que, a pesar de las excusas que se presenten en cada caso, a pocos les quedan dudas de que tragedias como la ocurrida están muy vinculadas con el incumplimiento de la ley. Ahora bien, qué es lo que nos dice —y qué nos ayuda a pensar, si es que algo— este incumplimiento de normas, que se repite permanentemente, y en casos de los más diversos. Para algunos, el incumplimiento sistemático de las normas jurídicas ratifica simplemente que el derecho no sirve, o sirve para poco. Otros dicen, en cambio, "las normas están bien, el problema somos nosotros (que no las cumplimos)." Los más legalistas, mientras tanto, optan por referirse a la falta de mejores o más adecuadas normas. Aquí quisiera sugerir sólo alguna idea más, con la esperanza de contribuir a un debate ya iniciado e importante, surgido en el contexto de una situación tan penosa. La idea es la siguiente. El derecho es, fue y será impotente para cambiar la sociedad por sí sola. Pero ello no debe servir como excusa para escribir un peor derecho, o para escribir el derecho más atractivo posible, pero descuidando los modos en que el mismo va a traducirse en la práctica. A la vez, esta última cuestión (referida a la importancia de hacer que el derecho escrito se convierta en práctica cotidiana) no tiene que llevarnos a pensar (como le llevó y lleva a pensar al liberalismo conservador argentino) que las únicas normas que sirven son las capaces de encajar con nuestras costumbres o nuestro "ser nacional". Primero, porque ideas como la de "ser nacional" son demasiado vagas (y como tales, han sido siempre, históricamente, demasiado peligrosas). Segundo, porque reclamos como el citado son profundamente conservadores, en su pretensión de crear sólo el derecho que sea capaz de encajar con las prácticas ya existentes. Y lo cierto es que una de las razones de ser del derecho debe ser la de contribuir a cambiar lo que ya existe, cuando lo que ya existe funciona mal, y en la medida en que lo que ya existe produce injustificadas desigualdades o injusticias de algún tipo.El problema que aparece entonces no es el de que seamos demasiado ambiciosos cuando escribimos el derecho (por ejemplo cuando pretendemos, sensatamente, cambiar lo que ya existe). El problema es que somos demasiado arrogantes cuando lo hacemos, creyendo que el mero (pero necesario!) cambio en la letra escrita de una norma es capaz, por sí solo, de cambiar a la sociedad. Y entre los muchos aspectos que no se miran o no se quieren mirar, cuando se escribe el derecho, quisiera destacar sólo uno, que tiene que ver con las reglas económicas con que se ordena la sociedad. Es cuanto menos hipócrita escribir un derecho cada vez más justo tratando de preservar intocada una economía que produce, cotidianamente, injusticias. Es hipócrita que se nos reclame (como se nos debe reclamar) solidaridad, mientras se nos quita el tiempo o las fuerzas necesarias para ejercerla (por ejemplo, porque en los hechos tenemos horas de trabajo cada vez más extensas). Es hipócrita que se nos pida (como se nos debe pedir) respeto por el prójimo, mientras se crean las condiciones que condenan a algunos al sometimiento o a la permanente dependencia frente a otros. Es hipócrita que se nos exija (como se nos debe exigir) un cuidado puntilloso por las normas de seguridad e higiene, mientras se desata y alienta la lógica arrolladora del ganar más dinero.El cuidado de los demás necesita menos de grandes o pequeños héroes y más de instituciones —jurídicas, políticas, económicas— que faciliten, en lugar de obstaculizar, tal resultado.El problema en cuestión, por tanto, no es que las normas que exigen seguridad, higiene o respeto sean ingenuas, sean pocas, estén mal redactadas, o no encajen con el "ser argentino." El problema —uno entre otros— es que no puede escribirse justicia con una mano, mientras se le abre la puerta a la injusticia con la otra.
Clarín.