El Universal

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domingo, marzo 13, 2005

La verdadera libertad de expresión

Por Roberto Campos
El desarrollo tecnológico suele ser vehículo del bienestar humano, y este se refleja no sólo en la materialidad tangible sino también en la producción de instrumentos que permitan una mejor vida en sociedad, contribuyendo entre otras cosas al desenvolvimiento de la vida democrática. Tal es el caso de internet, que invierte el rol de mero “receptor” al que antes de su explosión estaba resignado el público con respecto a los medios de comunicación tradicionales. Leer un diario, escuchar la radio o mirar la televisión, suponen una pasividad que sólo puede “activarse” mediante la participación indirecta de quienes están del otro lado, ya sea a través de cartas de lectores o mensajes, generalmente seleccionados con cuidado.
Pero la “red de redes” revoluciona el concepto de
“medio de comunicación”. Desde el correo electrónico hasta los weblogs, la participación del ciudadano común se adelanta acercándose paulatinamente al papel de protagonista. Cualquiera que disponga de una computadora con acceso a internet –en su casa o en un locutorio- puede, sin ser un experto en el tema, diseñar y publicar un sitio web, promocionarlo en los buscadores más populares y actualizar diariamente un blog, que hace las veces de diario personal donde los comentarios y opiniones son tan libres como el propio autor quiere que sean.
La realidad actual de los medios de comunicación, a menudo unidos en
holdings que reúnen diarios, radios y canales de tv, nos da la pauta de que es poco probable que lo que allí se comunica sea información “objetiva” u opiniones “independientes”. La sola idea de que la patronal de una gran empresa periodística –o grupo de empresas- que conforma un coloso capitalista puedan desatender sus expresiones en aras de un principio moral que las puede perjudicar, es bastante ingenua. Todos los medios de comunicación, privados o públicos, tienen intereses que defender y son conscientes del rol preponderante que juegan en la sociedad. Los medios de comunicación tal vez no puedan decidir, pero sí orientar la opinión pública en un sentido u otro. Tan poderosas son las empresas periodísticas hoy, no sólo ya en el país sino en el mundo, que la información puede ser filtrada, censurada o tergiversada sin que el público lo advierta. Y aunque la globalización dificulta en alguna medida el ocultamiento de información relevante –piénsese que las dictaduras de todo tiempo y lugar se valieron de los medios locales para justificarse, favorecidos por la no intromisión de medios extranjeros-, no dejan de existir intereses en pugna que obstan la plena realización del derecho a la libre expresión.
Una de las principales formas de evitar el autoritarismo es que el tiranuelo de turno no pueda manipular la opinión de los demás. Y las bitácoras, como instrumentos de opinión y actualidad, contribuyen en gran medida a la realización de este deseo tantas veces soñado. Claro que existen aún grandes limitaciones. Aunque la expansión de internet -y en especial de los blogs y la
banda ancha- ha sido espectacular en los últimos años, todavía existen dificultades para que los internautas conformen una auténtica comunidad ciberespacial. Contra esto atenta la dispersión, consecuencia de la saturación de sitios existentes; pero puede también pensarse que lo que creemos saturación es en verdad una nueva forma de la vida democrática. Acostumbrados a los oligopolios de los medios tradicionales, la agobiante cantidad y variedad de información disponible puede valorarse como una apertura que nos permite apreciar la diversidad de pensamientos hasta ahora ocultos. Podemos interactuar con el otro donde sea que esté, intercambiar ideas y conocernos más, multiplicando las vías conducentes hacia el reconocimiento mutuo.
Otro de los obstáculos que se presentan es el de las
fuentes de información. Los medios tradicionales recurren principalmente a las agencias informativas como primeras generadoras de noticias. Los internautas, más allá de sus opiniones, no pueden todavía generar información o difundirla con suficiente impacto; están limitados a comentar lo que se publica en los demás medios y a contactarse entre sí sin mayores resultados. El salto de la situación presente hacia un futuro que contemple la posibilidad de albergar un nuevo periodismo en manos de los internautas es algo que ya se está discutiendo. Por lo que la batalla venidera no será ya de los gobiernos contra lo medios sino de los medios tradicionales contra los nuevos medios en manos de simples ciudadanos.
Pero no somos tan ingenuos para creer que la
acumulación de capital es un concepto vano. Aunque desconozcamos lo que vendrá, el poder de los medios tradicionales tal vez continúe su predominio, aunque revestido bajo nuevas formas. No obstante, es auspicioso el presente de los internautas y es de esperar que puedan desarrollarse sin descuidar el concepto de “comunidad global”.
Esta noción no nos puede dejar de hacer reflexionar respecto de quienes por sus condiciones socioeconómicas
no tienen acceso a este nuevo mundo. Quienes no saben computación o no cuentan con una máquina quedarán tan excluidos como quienes en pocos años no sean bilingües. Pero esto no es culpa de los internautas, quienes deberían obligarse a exigir que los gobiernos de turno hagan algo al respecto. Tener una computadora ya no es un lujo sino una necesidad, un derecho humano. Sostener lo contrario significa excluir aún más a los que ya están excluidos.
La complejización de la sociedad con todas sus consecuencias no nos debe incitar a replegarnos hacia una simplicidad opresiva, sino a trabajar para hacer esa complejidad más justa. La evolución del capitalismo nos muestra que, aun con resultados a veces indeseables, el ánimo de lucro es más inocuo que la ideología. Cuando el desenvolvimiento de las
relaciones de producción se objetiviza, permite la evolución de herramientas que pueden contrariar al propio sistema favoreciendo las variadas formas de la libertad.