El Universal

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lunes, marzo 07, 2005

La aventura continúa

Por James Neilson

Según el presidente Néstor Kirchner, fue gracias a su dureza patriótica que "por primera vez en la historia argentina un proceso de reestructuración de deuda ha culminado con una drástica disminución del endeudamiento del país". Traducido al criollo, esto quiere decir que a su juicio acaba de derrotar por nocaut a una horda miserable de capitalistas extranjeros de ideas anticuadas que no contaban con su astucia. ¿Fue así? Sólo si uno se niega a diferenciar entre el Estado, que es una cosa, y el país, que es otra muy distinta, porque entre los derrotados por la dupla conformada por Kirchner y Roberto Lavagna se encuentran millones de jubilados argentinos actuales y futuros, además de aquellos italianos, alemanes y japoneses que no entendieron que antes de la llegada del santacruceño el país estaba en manos de una gavilla de estafadores. En cuanto a los grandes especuladores y los bancos, son tan duchos como cualquier político peronista en el arte de aprovechar las desgracias ajenas de suerte que en los más de tres años que transcurrieron entre la proclamación del default por el inolvidable Adolfo Rodríguez Saá y la salida declarada por Kirchner no les resultó demasiado difícil recuperar lo inicialmente perdido comprando a precio vil los papelitos de quienes no podían darse el lujo de esperar un día más. Como lamentaron los italianos, algunos bancos actuaron como "fondos buitres", lo que en su opinión los convirtió en cómplices del gobierno de Kirchner. En efecto, tan malo ha sido el impacto del manejo del default en Italia, que hasta hace poco fue el país más proargentino del mundo, que no sorprendería que sus legisladores aprobaran leyes destinadas a asegurar que cualquier intento de vender bonos argentinos sea considerado un delito.
De todos modos, ya que logró aplastar a los despreciados bonistas, Kirchner se propone poner en su lugar a las empresas extranjeras que se encargaron de ciertos servicios que fueron privatizados en la década infame más reciente, advirtiéndoles en su largo discurso ante el Congreso – ante muchos compañeros que habían festejado con júbilo el default original -, que en adelante tendrán que someterse a la Justicia argentina sin pensar en recurrir a aquellos tribunales internacionales que figuran en los "contratos del pasado". Puesto que en el mundo la reputación de la Justicia local es, ¿cómo decirlo?, un tanto equívoca - en una ocasión, un prohombre boliviano afirmó que no era más absurdo un ministerio de Asuntos Marítimos en su país que un ministerio de Justicia en la Argentina, pero se trataba de tiempos prekirchnerianos - , es comprensible que algunos ya estén pensando en aceptar la invitación presidencial de irse. Al fin y al cabo, no les faltan oportunidades en latitudes menos inhóspitas.
Pues bien: ¿Resultó el default ser un buen negocio para la Argentina y no meramente para sus gobernantes coyunturales? En los términos macroeconómicos que son habitualmente favorecidos por los "neoliberales", podría argüirse que sí, que en base a la maniobra iniciada por Rodríguez Saá y rematada por Kirchner el país se las arregló para ganar varias decenas de miles de millones de dólares aunque el monto total de la deuda sólo se ha reducido al nivel que ostentaba a fines de 2001. Sin embargo, si contabilizamos los costos sociales de lo hecho por los gobiernos que sucedieron al encabezado por Fernando de la Rúa, el balance no parece tan positivo. Pese a que la ruptura tanto del orden constitucional como de una multitud de "contratos del pasado" que llevaron a cabo los peronistas fue hecha en nombre de la igualdad que supuestamente había sido dinamitada adrede por los "neoliberales", la Argentina reestructurada por sus esfuerzos es un país que es llamativamente menos equitativo que el de hace diez años. ¿Cambiará pronto esta realidad? A menos que estemos por ser inundados de inversiones en una escala jamás vista, la "latinoamericanización" así supuesta resultará permanente.Por razones políticas, cuando no psicológicas, Kirchner eligió hacer de la economía el escenario de una lucha heroica entre la Argentina y un mundo que se resiste a entenderla. Se trata de una forma bastante eficaz de hacer más tolerable el fracaso histórico de una sociedad que no supo adaptarse a la segunda mitad del siglo XX y que, tal y como están las cosas, será igualmente reacia a intentarlo en la primera mitad del XXI, lo que hace prever que, no obstante las esporádicas rachas de crecimiento impresionante seguidas por caídas estrepitosas, a lo mejor el producto per cápita continuará aproximándose al nivel actual que, no lo olvidemos, es equiparable con el alcanzado treinta años o más atrás. Lo que sí cambiará será el reparto: los más ágiles, productivos o vivos que se queden lograrán acompañar a los exitosos del Primer Mundo, dejando a los demás conformarse con las sobras.
Como muchos gobiernos anteriores, el de Kirchner cree en los grandes golpes salvadores, aquellos que marcan un antes y después, de los que el canje triunfante habrá sido uno. Tal actitud, propia de un jugador, ha contribuido mucho a la decadencia que el presidente actual, como tantos otros, atribuye a la ceguera y venalidad de quienes lo precedieron en la Casa Rosada. Aunque es de suponer que los beneficios arrojados por lo que con modestia califica de "la mejor negociación de la historia" sean mayores y más duraderos que los producidos por el pacto también histórico que iba a celebrarse con China, no tardarán mucho en esfumarse si la clase dirigente la toma por la culminación de un esfuerzo, no por un punto de partida. Ya que para el Gobierno el año electoral que está en marcha ha comenzado con el balde lleno de agua helada que le fue tirado en la cara por los santiagueños, la tentación de buscar formas subrepticias de emitir más dinero que lo aconsejable para ayudar a los compañeros será con toda seguridad muy fuerte. Asimismo, al difundirse la idea de que lo peor ya haya pasado y la recuperación se haya hecho irrefrenable, la puja salarial se intensificará y con ella la inflación.
Para aprovechar un canje cuyo éxito dependió de la convicción generalizada de que no valdría la pena apostar a que un día un gobierno argentino pensara en pagar deudas asumidas por otros, Kirchner tendría que persuadir a los "mercados", empezando con sus sucursales locales, de que de ahora en adelante todo será distinto, que tanto su propio gobierno como los de sus sucesores honrarán los compromisos, que en las décadas próximas los superávit fiscales serán rutinarios y que la Justicia dejará de amoldarse a las exigencias del mandamás de turno para que "seguridad jurídica" sea más que una aspiración que siempre conviene postergarse ¿Lo logrará? No sabremos la respuesta a este interrogante fundamental hasta que el país haya disfrutado de algunos años de manejo económico ejemplar – izquierdista o derechista, dará lo mismo -, pero si andando el tiempo se recae en los vicios tradicionales el default del que según Kirchner el país ha salido distará de ser el último.
En su batalla contra los acreedores, Kirchner pudo contar con el respaldo o, por lo menos, la neutralidad de la mayoría de los gobiernos del llamado Grupo de los Siete – los países más ricos – que por motivos geopolíticos temían que la Argentina cayera en el caos o, peor, que tratara de liderar una rebelión regional contra el orden financiero internacional imperante. Puede que su actitud comprensiva resulte contraproducente. Lo sería si la izquierda latinoamericana tome el resultado inmediato del canje por evidencia de que rehusar pagar las deudas es en verdad una muy buena idea, además de ser justo, para intentar obligar al presidente brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva a intentar renegociar las suyas, desatando de tal modo una nueva crisis que afectaría a toda una región que ya se ha visto muy perjudicada por el default argentino.
En otros tiempos, un desafío de este tipo tendría repercusiones graves para el mundo entero, pero en los que corren los más lastimados serían los latinoamericanos mismos. Desde que la Argentina entró en default, China y la India se han erigido en las nuevas tierras de promisión para los inversores de todo el planeta, con el resultado de que si partes de América latina optaran por marginarse los deseosos de ver multiplicar sus dólares, euros, libras o yenes no perderían el sueño. Antes bien, por ser sus ambiciones meramente económicas, tales inversores abandonarían sin lágrimas una región que muchos ya juzgan irremediablemente díscola para que en ella prueben suerte los motivados por factores netamente políticos, como los chinos, que por estar interesados en asegurarse suministros cada vez mayores de las materias primas que tanto necesitan, y por tener menos inhibiciones a la hora de aplicar las presiones que les parezcan apropiadas, estarán más dispuestos a arriesgarse.
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