El Universal

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sábado, junio 04, 2005

Y en el otro rincón, MacMurphy ... , por James Neilson

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El enojo que se apoderó de Kirchner al ver conformarse lo que andando el tiempo podría resultar ser un polo opositor de centroderecha no fue tan irracional como muchos suponen. Es de su interés impedir que se celebren debates serios y vigorosos en torno a las opciones frente al país y por lo tanto quiere que todo quede dentro de los confines de la confusa interna peronista. Obligada a elegir entre Eduardo y Chiche Duhalde por un lado y Néstor y Cristina Kirchner por el otro, la gente propenderá a votar en favor de los últimos por motivos en buena medida estéticos: los Duhalde son de ayer, de los noventa, a diferencia de los Kirchner que fuera de Santa Cruz aún conservan cierta pátina de novedad. De consolidarse una auténtica alternativa modernizadora apta para el mundo de nuestros días, empero, dejarían de ser tan promisorias las perspectivas ante el populismo kirchnerista, este cóctel hecho de cansancio, resignación y nostalgia mezclados con mucha bronca. Es una cosa luchar contra un caudillo populista bonaerense de trayectoria discutible y otra muy diferente enfrentar a dirigentes comprometidos con lo que es, al fin y al cabo, la corriente política más poderosa y más exitosa del mundo actual.
En todos los países "normales" del planeta pueden encontrarse grandes partidos de centroderecha que alternan periódicamente en el poder con rivales de la centroizquierda con los cuales comparten muchos principios esenciales. En la Argentina, empero, la zona así denominada se asemeja a un baldío. ¿Es porque todos los políticos argentinos son progresistas? En absoluto: si lo fueran, el país no estaría entre los más inequitativos y más corruptos del universo conocido. Es porque aquí los conservadores, es decir, los consustanciados con el viejo modelo corporativo que tanto ha contribuido a la pauperación de la mitad de sus compatriotas y a la institucionalización de prácticas corruptas, aprendieron hace muchos años a hablar el lenguaje del progresismo internacional con fluidez envidiable, lo que, entre otras cosas, les permite desarmar a sus adversarios tildándolos de reaccionarios.

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En la actualidad, el peronismo no tiene nada que ver con una ideología determinada. Es a un tiempo izquierdista, derechista y centrista, igualitario y elitista, propio de pobres y plutocrático. Tratar de definirlo en términos ideológicos es tan inútil como lo sería intentar lo mismo con un equipo de fútbol. Ubicado más allá de las nimiedades de aquel tipo, el peronismo funciona como una gigantesca asociación de ayuda mutua en la que, a través de una ley de lemas informal, un voto menemista puede transmutarse, según las circunstancias, en uno kirchnerista o duhaldista, o viceversa. A diferencia de los militantes de los demás movimientos, que son ajedrecistas, los peronistas son maestros del go, un juego de origen chino que es mucho más complicado en el que el objetivo consiste en rodear a las piezas del adversario y de este modo ocupar todo del tablero.

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Asimismo, aun cuando un partido modernizador de perfil centroderechista consiguiera derrotar al peronismo en las urnas, no le sería nada fácil mantenerse en el poder por más de un par de años: el PJ garantiza la "gobernabilidad" no por saber gobernar bien sino porque es más que capaz de impedir que otros lo hagan.
A partir de la caída de Fernando de la Rúa de resultas de un "golpe civil", la política nacional se ve dominada por las vicisitudes a menudo bizantinas – algunos dirían sicilianas – de la interna peronista. Incluso el ataque de Kirchner contra López Murphy y Macri le fue incorporado cuando Chiche, para la indignación sin límites de los kirchneristas, aseveró que a su juicio es legítimo que los dos traten de armar un polo de poder opositor, parecer que Aníbal Fernández calificó de una "locura, un espanto y un escándalo", logrando así asegurar que por un rato más las reyertas entre miembros de la familia numerosa reinante continuaran monopolizando los titulares.


Imperdible columna de James Neilson