El Universal

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sábado, mayo 21, 2005

Vidas paralelas

Nestor Kirchner gobierna como si fuera la reencarnación de Napoleón Bonaparte. Sentencia qué tienen que escribir los periodistas y actúa como si los ministros que no piensan como él estuvieran locos.

El culto a Napoleón lo empezó el propio Bonaparte en vida. Encargó la realización de obras hagiográficas –una especie de biografías ejemplarizadoras y milagreras de la época- a los mejores escritores y artistas de Europa. El bonapartismo cultivó esa idolatría y presentó al guerrero como el artífice de la época más gloriosa de Francia: el depositario de la voluntad del "pueblo" sin intermediarios, el líder que supo conservar las conquistas de la Revolución Francesa. Su personalidad egocéntrica, carismática, megalómana, nepótica, hegemónica y autoritaria –populista en una palabra, según la teoría política- se sobrepuso al paso del tiempo porque había servido, al fin y al cabo, para abolir el feudalismo y la servidumbre e instaurar el sufragio universal masculino y la libertad de culto. El sistema administrativo y judicial francés respeta aún hoy el espíritu del Código Civil napoleónico y el orden educativo continúa la tradición del régimen de libre acceso sin privilegios de clase social o religión que el mismo Napoleón ordenó concentrar en el Estado.

Bonapartismo, peronismo. A su modo, el caudillismo argentino reconoce esa paternidad histórica. Como el peronismo y sus líderes episódicos: Juan Perón, Carlos Menem y quizás –el tiempo lo dirá- el propio Néstor Kirchner. El filósofo Marcos Aguinis, un liberal desencantado del radicalismo, se enoja cuando describe el "asistencialismo clientelista" como instrumento de la sociedad populista que él cree sigue funcionando en la Argentina contemporánea: "No es nuevo, se inventó en el tercer cuarto del siglo XIX. Conmovía a las multitudes pobres hasta enamorarlas, y de esa forma desvió la energía de su rebelión hacia el sometimiento político. De ahí proviene la palabra bonapartismo". El escritor Jorge Asís, un enamorado del menemismo, se burla y acusa a Kirchner de practicar, en el mejor de los casos, un "bonapartismo a la bartola": "Nuestro precario Presidente hace exactamente lo que nunca debiera hacer un estadista –escribió en su sitio web-. Se trata de la improvisación de un régimen que degrada al peronismo, que lo avergüenza, y retrocede".

El peronismo, como forma superior del bonapartismo, ha sido materia de agotadores análisis y polémicas entre los intelectuales argentinos, desde el trotskista nacional Jorge Abelardo Ramos hasta el liberal posmarxista Juan José Sebreli. La verdad es que hasta ahora, en dos años de gestión, Kirchner no demostró contar con una teoría sobre el ejercicio del poder. Simplemente lo ejerció con instinto y oportunismo típicamente peronistas. Apenas sazonados con algunas veladas de asesoramiento "ideológico" aportadas por intelectuales del tipo "progresista" como José Nun, José Pablo Feinmann o Mario Wainfeld.

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