Fantasmas de los noventa
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Por James Neilson
Parecería que la relación personal de Kirchner con Cavallo es muy buena, pero así y todo las circunstancias obligan al Presidente a hablar pestes de la década maldita con miras a convencer a la gente de que la prosperidad relativa de aquel entonces fue a lo sumo "una ficción" que sirvió para hacer inevitables los desastres que la siguieron. Le es forzoso hacerlo porque de lo contrario millones de depauperados por el default, la devaluación y la pesificación asimétrica, o sea, arbitraria, ordenados por los peronistas que echaron a De la Rúa, podrían cometer el error garrafal de comparar la condición del país en 1995, digamos, con la actual, llegando a la conclusión de que para la mayoría abrumadora de los argentinos el "modelo de Menem" fue en verdad muchísimo más equitativo y más bondadoso que el improvisado por Eduardo Duhalde que Kirchner está decidido a defender.
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Sin embargo, no es nada probable que la gente perdone el corralito, un recurso extremo que fue tomado en una situación ya límite, con la misma facilidad con la que la mayoría se permitió olvidar la incautación de los plazos fijos por Erman González. Aunque puede argüirse que dadas las circunstancias se trataba de la alternativa menos terrible y que de todas maneras la virtual confiscación del dinero no fue obra de Cavallo sino de duhaldistas enamorados de los "productivos" bonaerenses, a esta altura es razonable suponer que entre los atrapados para siempre en el corralito están las esperanzas políticas del encargado de erigirlo.
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Mientras la recuperación continúe avanzando viento en popa, la retórica oficial según la cual la Argentina no tiene nada en común con el resto del planeta y por lo tanto puede darse el lujo de violar todas las reglas seguirá cosechando aplausos, pero en cuanto los problemas comiencen a multiplicarse, el clima cambiará. Puede que esto no ocurra antes de las elecciones, pero a menos que las inversiones aumenten mucho muy pronto, el rebote vigoroso posibilitado por las exportaciones agrícolas más la sustitución de importaciones no puede sino agotarse al acercarse el país al límite de sus posibilidades. Mal que le pese a un presidente convencido de que muchos empresarios son extorsionistas y que si son extranjeros son saqueadores, sin inversiones en el tanque ningún "modelo" puede mantenerse en movimiento.
Por James Neilson
Parecería que la relación personal de Kirchner con Cavallo es muy buena, pero así y todo las circunstancias obligan al Presidente a hablar pestes de la década maldita con miras a convencer a la gente de que la prosperidad relativa de aquel entonces fue a lo sumo "una ficción" que sirvió para hacer inevitables los desastres que la siguieron. Le es forzoso hacerlo porque de lo contrario millones de depauperados por el default, la devaluación y la pesificación asimétrica, o sea, arbitraria, ordenados por los peronistas que echaron a De la Rúa, podrían cometer el error garrafal de comparar la condición del país en 1995, digamos, con la actual, llegando a la conclusión de que para la mayoría abrumadora de los argentinos el "modelo de Menem" fue en verdad muchísimo más equitativo y más bondadoso que el improvisado por Eduardo Duhalde que Kirchner está decidido a defender.
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Sin embargo, no es nada probable que la gente perdone el corralito, un recurso extremo que fue tomado en una situación ya límite, con la misma facilidad con la que la mayoría se permitió olvidar la incautación de los plazos fijos por Erman González. Aunque puede argüirse que dadas las circunstancias se trataba de la alternativa menos terrible y que de todas maneras la virtual confiscación del dinero no fue obra de Cavallo sino de duhaldistas enamorados de los "productivos" bonaerenses, a esta altura es razonable suponer que entre los atrapados para siempre en el corralito están las esperanzas políticas del encargado de erigirlo.
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Mientras la recuperación continúe avanzando viento en popa, la retórica oficial según la cual la Argentina no tiene nada en común con el resto del planeta y por lo tanto puede darse el lujo de violar todas las reglas seguirá cosechando aplausos, pero en cuanto los problemas comiencen a multiplicarse, el clima cambiará. Puede que esto no ocurra antes de las elecciones, pero a menos que las inversiones aumenten mucho muy pronto, el rebote vigoroso posibilitado por las exportaciones agrícolas más la sustitución de importaciones no puede sino agotarse al acercarse el país al límite de sus posibilidades. Mal que le pese a un presidente convencido de que muchos empresarios son extorsionistas y que si son extranjeros son saqueadores, sin inversiones en el tanque ningún "modelo" puede mantenerse en movimiento.
> Roberto Campos @ sábado, julio 02, 2005
