El pasado que no se va

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Por James Neilson

"Para una sociedad habituada a las dictaduras, trátese de regímenes militares o de movimientos equiparables con el fascismo mussoliniano, transformarse en una democracia cabal requiere mucha amnesia selectiva. Fue necesario olvidar que la guerra sucia fue iniciada, de forma acaso artesanal, por un gobierno encabezado por el mismísimo Juan Domingo Perón, que los montoneros neofascistas y los erpistas a su modo leninistas plantearon un peligro genuino, que el grueso de la ciudadanía dio una bienvenida respetuosa, si bien no entusiasta, a la irrupción de las huestes de Jorge Rafael Videla, que durante años la mayoría de los políticos guardó silencio, cuando no procuraron convencer al resto del mundo de que los argentinos, incluyendo a los uniformados, eran tan derechos y humanos como el que más, y que la prensa no se destacó por su compromiso con los valores fundamentales de nuestra civilización. Fue necesario olvidar todo esto porque de lo contrario hubiera sido imposible construir una democracia, por imperfecta que fuera, sobre las ruinas".

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"Es que en una sociedad en la que sectores muy amplios comparten las culpas por una catástrofe colectiva es forzoso discriminar, indultando, por decirlo así, a los que continuarían cumpliendo roles esenciales y ensañándose sólo con los prescindibles. Claro, no es nada grato ser elegido para el papel del chivo expiatorio, pero puesto que por razones evidentes sería insensato intentar darlo a los peronistas, a la Iglesia Católica en su conjunto, a los "burócratas" sindicales, a los progresistas antes filoterroristas o a cualquier otro grupo fácilmente identificable, a la sociedad no le queda más alternativa que la de atribuir los horrores del pasado reciente a los militares, de este modo amnistiando a los demás que, por su parte, ya habrán embellecido sus recuerdos de los tiempos malos, borrando de ellos los episodios más vergonzosos para concentrarse en los que en retrospectivo creen dignos de conservar".