El Universal

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sábado, abril 16, 2005

Las mil y una formas de leer

Anécdotas y testimonios dibujan un identikit de los lectores de todo el país. Además, Alberto Manguel defiende el libro como objeto interactivo y, en dos entrevistas, Ricardo Piglia habla de su nuevo ensayo —homenaje al azar y el placer como claves de la literatura— y el francés Daniel Pennac señala la lectura como una aventura íntima que incluye el derecho a no leer.

RAQUEL GARZON.

Un profesional sofisticado de Palermo que elige para su tiempo libre un taller de lectura donde se codean Oscar Wilde, Kafka y Virginia Woolf; un adolescente de Turdera, que sortea el polimodal y delira por el amor, la locura y la muerte que prometen los cuentos de Horacio Quiroga y una abuela de Bella Vista, un barrio obrero de Córdoba, que aprende a escribir intercambiando recetas de pan y libros de cocina, comparten, incluso sin saberlo, el mismo ph imaginario en las estadísticas argentinas: integran el medio país que mantiene vivo el hábito de la lectura.

El porcentaje se reveló a fines de 2004 en una encuesta nacional sobre consumos culturales de la Secretaría de Medios de Comunicación. La muestra, realizada sobre casi 3.000 casos de Jujuy a la Patagonia bajo la supervisión del INDEC, desnudó que el 52% de los argentinos no había leído ni un solo libro en el último año y que el 61.9% de los que decían haberlo hecho no podía recordar el nombre de ningún autor. La Dirección General del Libro y Bibliotecas Populares de Buenos Aires sumó luego sus propios números. En el distrito más favorecido del país, los resultados fueron sorprendentemente similares a la situación nacional: el 53% de los porteños ayunó de libros en 2004 y se define a sí mismo como "no lector"; el resto se dividió entre "lectores frecuentes" (34%) y "lectores esporádicos" (13%).

Aunque los datos de lo que falta impacten, preferimos echar a andar este número de Ñ, que anticipa la 31 Feria Internacional del Libro (un acontecimiento que en 2004 convocó a 1.200.000 personas y cuya apertura al público será el próximo jueves), escogiendo el lado claro de la Luna. Concentrarnos en los lectores primero, y preguntarnos qué leen, quiénes leen, por qué lo hacen, cómo, para qué y hacia dónde, y luego recalar en lo que falta para sumar a la fiesta a quienes aún no han encontrado —en las mesas de novedades, en los estantes de las bibliotecas ni en los giros del azar— un libro que cuente para ellos su historia.


Sin autores emblemáticos

Una primera ojeada al identikit de los lectores argentinos revela que alrededor del 70% lee entre uno y cinco títulos por año y el restante 30%, más de cinco. El hábito de la lectura es mayoritariamente femenino, crece con la edad (a partir de los 35 años) y quienes compran libros (los lean o no) adquieren en promedio uno por mes. Los títulos leídos son de una sorprendente diversidad: de la Biblia (que se lleva el primer puesto con un 5.2% de los lectores) hasta Cien años de soledad (1.2%), pasando por las más diversas formas de la autoayuda (Paulo Coelho y Jorge Bucay son los autores más mencionados con un 5,9% y un 5,8% respectivamente). Valores que echan por tierra la fama de los argentinos como voraces lectores de ficción y que se suman al dato que reveló como un jugoso secreto el escritor Héctor Yánover cuando era director de la Biblioteca Nacional: el título más robado en toda la historia de esa institución es el El libro de Doña Petrona. "Estuvo guardado durante muchos años en la sala del Tesoro, junto a las obras más raras y valiosas. No había forma de lograr que no se lo robaran", contaba en una entrevista de 1995.

Para el todavía lector los escenarios son infinitos. Librerías, plazas, bares, colectivos, escuelas, subtes... y hasta calesitas. En Parque Chacabuco funciona desde hace ocho años, una biblioteca semicirculante creada por el dueño de la calesita, Agustín Ravelo, en homenaje a su padre que la abrió en 1960. "Es una biblioteca del corazón, hecha con la buena voluntad de los vecinos y la gente que viene a la calesita", cuenta Ravelo. La sortija puede ser un cuento de Bradbury o una historia de Sara Gallardo, basta mirar, revolver los estantes y escoger. La libertad allí es absoluta: quienes llevan a sus chicos pueden, entre vuelta y vuelta, regalarse una nouvelle o tomar algún libro y devolverlo días después. Por lo general, dicen, quien lleva uno devuelve dos o tres y suma algo. "La informalidad es nuestra contraseña", escribió el crítico George Steiner al analizar el talante de los lectores contemporáneos y en Parque Chacabuco le creen.

Libros hay para todos. Los temas y autores escogidos disparan otras reflexiones. El sociólogo Luis Alberto Quevedo, co-responsable junto a Roberto Bacman de la citada encuesta nacional sobre consumos culturales, afirma que no es raro que la Biblia ocupe el primer lugar ("el avance de las iglesias evangelistas lo ha convertido en el libro más leído en la TV y se ha regalado mucho"). Lo interesante, dice, es recalar en la "gran dispersión de títulos" que habla de algo más profundo: "la ausencia de autores emblemáticos en la literatura argentina", aquellos que resumen la sensibilidad estética de una época. "Al final de la dictadura —ahonda— hablar de Respiración artificial, de Ricardo Piglia era más que hablar de una novela. Era un libro que mostraba lo que estaba pasando en la Argentina. Lo mismo sucedía con Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa en los años 60: daba cuenta del clima de época, universitario y revolucionario en América latina. Hoy no hay autores que sinteticen qué nos está pasando. Hay cierta orfandad, por eso la gente menciona un poco de todo y aparecen autores como Favaloro o Aguinis. Se menciona a Sabato, pero ¿hace cuánto que Sabato no escribe? La gente lo nombra porque le suena", afirma. Desde la Cámara Argentina de Librerías aportan otra visión: "Si bien difícilmente veamos a sus autores en los rankings de más vendidos, la literatura argentina se alza con un 13% de las ventas con una colocación lenta, fragmentada y sólida", sostiene Ecequiel Leder Kremer, vicepresidente de la institución.


Autoayuda para Proust

La cofradía de los lectores siempre reserva sorpresas, algunas incluso refutan aquello de la lectura como placer solitario. A mediados de 2001 los periodistas Ariel Hendler y Albertina Piterbarg organizaron en Buenos Aires, tomando el modelo de algunos neoyorquinos, un grupo de lectura para encarar los siete tomos de En busca del tiempo perdido. "Era algo así como un grupo de autoayuda para leer a Proust", cuenta Hendler. A la primera reunión llegó una veintena de personas. "Entre ellas, un señor que con gran sinceridad contó que venía a robarnos la idea y algunas voluntades: 'En verdad, yo quiero leer el Quijote', se disculpó y, por supuesto, no volvió más". Formado por "lectores por placer y no especialistas", el grupo se reunió —de 2001 a 2004—al ritmo de una reunión mensual. Hendler destaca dos experiencias de esa lectura compartida: "Yo había leído el primer tomo a principios de los 90 y la novela era el libro a secas. Diez años después, Internet cambió la perspectiva y el modo de leer. Proust menciona cuadros, lugares, personajes políticos... Basta poner alguna de estas referencias en un buscador para ver el cuadro mencionado, seguir la ruta de Combray y tener todo tipo de datos adicionales al libro". El otro apunte se vincula con las diferentes versiones de la obra: "Cuando empezamos a leer la novela, comenzaron a aparecer en Buenos Aires distintas traducciones. Cada uno escogía la suya y podíamos cotejar versiones, algo poco frecuente cuando se lee a solas". El grupo sigue su marcha, releyendo. Se lo puede contactar en: proustianos2005@yahoo.com.ar

En cultura, se sabe, se miente bastante: a nadie le gusta pasar por "inculto", más allá de lo que esto signifique. De allí que en ocasiones las respuestas a las encuestas deriven en verdaderos acertijos. La Fundación el Libro, organizadora de la Feria, realizó una el año pasado entre los concurrentes a la muestra. Ocho de cada diez entrevistados se consideraron lectores; sin embargo, el 63% sostuvo que no lee por falta de tiempo y el 33% ... ¡que no lee porque le aburre! Marta Díaz, directora de la Feria matiza estos números: "Llegan públicos muy diferentes, no hay un solo tipo de lector. Está el visitante habitual que sabe qué busca y también hay mucho público de fin de semana, gente que a lo mejor no visita librerías durante el año, pero que en la feria se siente arropada y revuelve, mira, aprende que el libro no es algo de temer. Ese acercamiento es paulatino y tratamos de fomentarlo con la presencia de escritores y actividades culturales. Para nosotros la feria es cada vez más una fiesta del descubrimiento de la lectura."

Una mirada transatlántica pone en perspectiva los datos argentinos. Aunque lejos del altísimo índice de lectura de los suecos (71,8% de la población) y distantes también de los finlandeses (66,2%), la Argentina no está tan mal si la comparación es con Alemania (49,8%) o con España, que acaba de medir un 55% de lectores entre sus habitantes.

Quienes dicen leer pero no recuerdan el nombre de ningún autor (casi el 62% de los lectores argentinos), no necesariamente faltan a la verdad: "Esa pregunta pone a prueba al que contesta en su relación con la literatura. Les encantaría poder nombrar a un escritor. Lo que sucede es que leen por reflejo cultural de otras épocas en las que el placer de la lectura estaba más a flor de piel, pero no son necesariamente lectores intelectuales que escogen a Houellebecq como autor de cabecera. Hay mucha gente que lee novelones, grandes lectores populares que leen todo lo que les cae en las manos. Disfrutan del acto de leer pero sin tener con el libro una relación sagrada", apunta Quevedo.

Esa pasión buscó distintas alternativas para sortear la debacle económica y su consecuencia en los anaqueles: un aumento del precio de los libros entre el 16 y el 20% desde fines de 2001, según la Cámara del Libro. Rolando Barbano fue uno de los libreros independientes de Palermo que apeló a la imaginación cuando las ventas comenzaron a bajar: en Macondo, su librería, organizó un plan canje de libros (uno lleva el suyo, lo tasan y lo cambia por cualquier otro, nuevo o usado) y una biblioteca circulante. "La biblioteca tiene ya 129 socios que pagan una cuota mensual de $10 y cuentan con 1.000 títulos a su disposición. Para muchos es una alternativa no sólo para seguir leyendo, sino también para diversificar sus lecturas y animarse con géneros que antes no frecuentaban, algo que cuesta más cuando hay que comprar un libro."


Poco ratón de biblioteca

Una de las anécdotas que nutren la mitología de los lectores nació en Cuba, donde desde el siglo XIX se hizo costumbre acompañar la rutinaria tarea de los torcedores de tabaco con la voz de un lector profesional. Así ganó su nombre el Montecristo, un habano/homenaje a la novela más pedida por los trabajadores: El conde de Montecristo convirtió a Alejandro Dumas en el autor favorito de los tabacales.

Si uno no tiene quien le lea ni dinero para comprar un libro, las bibliotecas son una alternativa interesante. En la Argentina, sin embargo, la concurrencia se ubica a nivel nacional en torno al 28% (incluyéndose en el porcentaje todo tipo de salas de lectura) y cae en picada si la lupa se pone sobre las 26 bibliotecas municipales de la ciudad de Buenos Aires, que sólo son usadas por un 4% de los lectores. Juan Manuel Marzullo, coordinador de Agentes Culturales de la Dirección del Libro, admite que "la cantidad de gente que asiste a las bibliotecas municipales es históricamente baja".¿Por qué? "Hay varios diagnósticos; uno de ellos es que la tendencia a la lectura decae", afirma, "pero el que más nos cierra es la falta de conocimiento: la gente no sabe que puede asociarse en forma gratuita".Otro pueden ser los resabios de una gran burocracia: hoy para asociarse a una biblioteca municipal y poder retirar libros de ella el interesado debe concurrir con su DNI, una boleta de algún servicio que dé cuenta de su domicilio y ser acompañado por un fiador, que viva en otra dirección, que presente los mismos documentos y que se comprometa a responder por el socio si no devuelve algún texto. Más de un lector sucumbe en el intento. "Sabemos que pagan justos por pecadores, pero es una cuestión cultural. Cuando eliminamos la necesidad del fiador, de esta biblioteca se robaron en un año 2.103 libros", explica una de las bibliotecarias de la Carlos Guido y Spano, que tiene un fondo de 17.440 volúmenes y, en cuya sala de lectura, sólo había cuatro personas al momento de esta charla.

Es más la necesidad que el placer lo que lleva hoy a los lectores a las bibliotecas, visitadas esencialmente por estudiantes. Horacio González, subdirector de la Biblioteca Nacional, a la que asisten unos 600 lectores por día, reconoce que "en relación con años anteriores, la cantidad de consultantes ha bajado enormemente". En la época de Sbarra Mitre (1997-1999) había unas 2.000 visitas por día que González explica por la "fuerte publicidad orientada a atraer al lector". Los lectores actuales se concentran, dice, en cuatro grupos: lectores de quincallería o best sellers, lectores pedagógicos (estudiantes), lectores autónomos con un proyecto de lectura personal a veces deliciosamente arbitrario y lectores investigadores.

González se entusiasma con el tercer grupo que entiende definitorio de la cultura argentina. Es creativamente anárquico: "Tiene su propio proyecto de lectura, lee rarezas. Es muy emocionante cuando se devuelven al depósito libros raros como Idioma nacional de los argentinos junto a un libro de anatomía o un texto del código penal". "Elevar el nivel de heterogeneidad" de esa concurrencia y "relacionar más creativamente a los grupos de lectores entre sí" es, reconoce, una tarea pendiente de la biblioteca en su afán de formar lectores con espíritu crítico.

Si el programa es leer algo, ocasión y rincones no faltan. Una tendencia que fomentan las cadenas de grandes librerías. Freddy Aballay, encargado de la sucursal de Cúspide del Village Recoleta, afirma que aproximadamente el 40% de las 1.000 personas diarias que visitan en promedio ese local van allí, simplemente, a leer. "Recorren la librería, eligen un libro, ocupan alguna de las mesas del bar o los sillones disponibles... Algunos se pasan la tarde entera", comenta, "y muchas veces, quien no pensaba comprar nada, lo hace". Estas postales se repiten en distintas ciudades como Córdoba y Rosario y en la Patagonia gracias a las sucursales de firmas como El Ateneo y Boutique del Libro.


Alfabetizar cocinando

Hay un lector agazapado en cada uno de nosotros. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante contaba que debía su amor por los libros a un viejo profesor de literatura antigua con una portentosa capacidad para hacer cercanas las historias más remotas. Un buen día compartió con sus alumnos, quinceañeros con más afán de baile que de estudio, la historia de un marinero que tras 10 años de viajes y penurias regresa a su hogar y sólo es reconocido por Argos, su perro. Para Cabrera, que amaba los animales fue definitivo: corrió a buscar la Odisea, no era otro el libro, y selló de por vida su pasión de tinta.

Con un 40% de argentinos bajo la línea de pobreza y las restricciones que esto supone en términos de educación, distribución del ingreso y acceso a bienes culturales, no es descabellado que medio país no lea. Los libros pueden ser, sin embargo, no una consecuencia de sino un instrumento para la reinclusión.Susana Fiorito, alma máter de la Biblioteca Popular de Bella Vista, un barrio obrero de Córdoba, sostiene que leer fortalece el sentido de pertenencia y es una reserva de dignidad. La biblioteca que creó en 1990 junto a su marido el escritor Andrés Rivera es un homenaje a Pedro Milesi, el dirigente obrero que fundó decenas de ellas en la pampa gringa. Allí los libros son el corazón de una actividad que conjuga talleres, cursos y formación de oficios. "Los primeros en entrar fueron los chicos y lo hicieron por las ventanas, que entonces no tenían rejas", cuenta Fiorito. La crisis ha cambiado eso, pero incluso en la escasez se le reconoce al libro un valor de refugio. "Los jóvenes de 18 o más años que salen a 'hacerse un cuero' (robar una cartera) o 'hacerse una soga' (robar la ropa tendida) respetan la biblioteca porque a ella vienen a estudiar sus hermanitos y porque aquí lo hicieron ellos", relata. A los grandes les costó más llegar y el camino fue mostrar la relación entre los libros y la vida. "El primer taller de alfabetización de adultos se hizo a partir de libros de cocina y surgió como inquietud de las mujeres del taller de tejido que se intercambiaban recetas para hacer pan." La gente comenzó a pedir libros que se vincularan con su realidad. Hoy el 50% de lo que se lee allí son textos escolares y la otra mitad se divide entre la ficción y los libros de manualidades y oficios. La biblioteca tiene 18.600 libros y la visitan 2.000 personas al año.

La falta de interés por la lectura no es achacable a la última crisis. En marzo de 2001, una encuesta del Ministerio de Educación, mostraba ya que el 50% de la población tenía "poco o ningún interés por los libros". El estudio revelaba, además, que la mitad de los argentinos tenía menos de 50 libros en su casa. El 60% de los encuestados no había comprado ni un solo libro en el último año. "No contamos con estadísticas precisas de los años 60, 70 u 80", dice Hugo Levín, editor y presidente de la Cámara Argentina del Libro. "Pero la percepción que tenemos quienes participamos de la actividad en esos años es que la lectura era central en la vida cotidiana. Las charlas, las polémicas que se desataban a partir de libros, la fama de los escritores nos hacían sentir en el centro de la escena."

La industria del libro repunta. El año pasado se publicaron entre novedades y reimpresiones 18.505 títulos, un 31,30% más que en 2003 aunque, aclaran en la Cámara, no se ha llegado aún a la producción de ejemplares que tenían antes de la devaluación. Levín compara las situaciones de España y la Argentina, dos países con aproximadamente la misma cantidad de habitantes y con índices de lectura semejantes que, sin embargo, presentan notorias diferencias de producción. Argentina publica 16.000 novedades al año, España roza las 65.000. "Una explicación que salta a la vista es la comparación del PBI por habitante de España y el nuestro", dice. Los españoles ganan más e invierten más en libros. Otro dato es que España no produce sólo para su mercado interno sino para toda el área idiomática. La estrategia en el mediano plazo es "recolocar a la Argentina como proveedor de libros en castellano" más allá de las fronteras. Proyecto en el que la literatura infantil (el 5% de la producción total de 2004) corre con ventaja por la calidad de los autores e ilustradores del género.


El libro amigo

En su libro El coloquio de los lectores el historiador de la cultura Robert Darnton cuenta cómo a partir del análisis de pinturas y grabados algunos expertos sostienen que hace doscientos años varió la relación física de los lectores con los libros. Antes del siglo XIX las pinturas muestran libros sostenidos entre las manos o sobre las rodillas del lector. Después del año 1800, en cambio, el libro aparece sobre la mesa y los lectores reclinados sobre ella o recargados sobre el codo. Hay quienes denuncian cierta "pérdida de sensualidad" ante el cambio de postura, pero en ese feliz despatarrarse, las imágenes evidencian la incorporación definitiva del libro al universo cotidiano: dejó de ser un objeto venerable para convertirse en un amigo.

En la Argentina esa familiaridad nacía tradicionalmente en la escuela, una institución a la que apuntaron todas las voces consultadas por haber resignado —afirman— su responsabilidad en la formación de nuevos lectores. "La mitad de los chicos que llega hoy al polimodal lo hace sin haber leído nunca un libro completo. Pueden mencionar autores y libros, esbozar el argumento, replicar lo que han leído en fotocopias, nada más", asegura la escritora Angela Pradelli, actualmente profesora de literatura en Turdera, provincia de Buenos Aires. Leer requiere entrenamiento y promover sólo lecturas sencillas —una "moda" que descartó, por ejemplo, al Quijote "por arduo" cuenta la escritora— da por tierra con ese esfuerzo imprescindible. La gran esperanza siguen siendo los grandes escritores: "Horacio Quiroga les gusta mucho porque toca una cuerda de crueldad con gran simpleza, y eso les fascina. Cortázar los atrae por su vitalidad y por la capacidad de plantear la coexistencia de mundos diversos y a García Márquez lo rescatan por su maravilloso uso del lenguaje". Pradelli, para quien mucho de esta realidad es achacable a la fallida Reforma Educativa vigente desde hace 11 años, sincera un abandono del libro previo al de los chicos: "Muchos docentes han dejado de leer y no llevan la lectura a la escuela. Nadie discute que leer es bueno. Pero en la práctica es difícil hallar profesores que vayan más allá de los programas de lectura obligatoria".

En el Estado se entiende que el índice actual de lectura es bajo y se han anunciado recientemente algunas inciativas: el Ministerio de Educación invertirá 100 millones de pesos para dotar a las escuelas de material bibliográfico y adelanta para mayo una nueva campaña masiva de reparto de textos en las canchas de fútbol. "La idea es ir a buscar al lector a lugares no convencionales, como ya lo hemos hecho en estaciones de micros, playas, canchas, salas de espera... El objetivo: reinstalar el libro como compañía", explica Margarita Eggers Lan, coordinadora de Campañas de Lectura. El gobierno de la ciudad de Buenos Aires, por su parte, anunció hace menos de un mes una batería de medidas: subsidios a editoriales independientes y donaciones a bibliotecas populares integran el programa. Pero el desafío es de tiro largo. "El de la lectura es un hábito complejo. El acceso al libro no hace al lector. Lo que hace al lector es estar incorporado a un sistema cultural en el cual la lectura tenga una connotación de placer que te lleve a leer más allá de que te obliguen a hacerlo. La recuperación de la lectura tiene que ver con la de otras instituciones y de un proyecto de inclusión", sintetiza Quevedo."¿Quiere educar a un lector? Nunca niegue un cuento", receta Susana Fiorito. "Lo importante es que la lectura se asocie con una voz querida y querible". Quien acerca un libro regala siempre "placer y la posibilidad de comprender la otredad", dice Pradelli.

Cada lector tiene sus razones y todas valen. Para Michael Berg, el joven protagonista de la novela El lector, del alemán Bernhard Schlink (por cierto, uno de los invitados a la Feria de este año), leer es un pasaporte al erotismo y, luego, a una verdad tan quemante como necesaria. Lectura, duchas y amor forjan la rutina impuesta por Hannah, la mujer mayor con quien mantiene el romance que cambiará su vida. Hay, no obstante, otros motores. "El libro libera" es una leyenda que perdura sobre la puerta de entrada de algunas escuelas normales edificadas a principios del siglo XX en la Argentina. Leer para conocer más y más hondo; para abrirse al mundo y poder contarlo; para no adocenarse en el rebaño y ser más libres (y más exigentes) creativa, política y ciudadanamente. Construir un público lector, señala Beatriz Sarlo en El imperio de los sentimientos, "es una de las operaciones más complicadas de la cultura moderna". Construir un país, un desafío colectivo. Van de la mano. Perdimos un siglo. Que no se nos vaya también este tren.


Colaboró en las entrevistas de este artículo Carlos Maslaton.

Ñ